Carta a Jack

Querido Jack:

A mis 72 años no sé si se acerca o no la fecha de mi muerte. Espero que aguarde paciente unas décadas más. Sin embargo, esta noche me ha dado por reflexionar. Lo que escribo no sé si es justo para quien es hoy mi marido, pero es uno de los pensamientos más sinceros y recurrentes que he tenido, y no son pocas las cavilaciones que se suceden a lo largo de doce sexenios.

He imaginado una vida juntos. ¡Dios mío! Sé que esto no es inocuo para la persona con la que me casé hace más de 45 años, para quien hoy duerme a mi lado. No niego la felicidad que me ha hecho sentir ni los momentos que me ha dado, pero nunca hizo a mi ánima estremecerse tanto como lo conseguiste tú.

Desde la cocina de mi casa con pluma y papel te escribo. Te abro mi corazón, más bien tarde, pero mejor que nunca. Si a mí me duele, no sé cuánto le dolería a él. Por eso quiero zanjar el tema, dejar de pensar en lo que pudo haber sido, a ver si con ello no te recuerdo en lo que me quede de vida.

En mi memoria está grabada la tarde en la que te conocí. Apuesto a que en la tuya también. Igual lo está la mañana en la que me dejé perder. Te renuncié. No fue fácil, aunque así lo pareciera, mas tomé al pie de la letra aquello de “si lo amas, déjalo ir”. Fría, frígida, impasible, indiferente con total desafecto, imperturbable por fuera. Tras 57 años cambiar este comportamiento siempre ha sido mi propósito de año nuevo, acompañado de entrenarme para subir el Monte Whitney, pero supongo que es algo que nos prometimos hacer juntos, por lo tanto, año tras año es una promesa en vano.

Ciertamente, algunas madrugadas después de mi boda pensé que despertaría a tu lado. Y tras abrir el ojo veía otro rostro que no merezco, pues cada día me mira como yo te miraba a ti. Aprendí a vivir con el peso de no tenerte y según la temporada se antoja más o menos complicado. Supongo que diciembre, con la navidad a la vuelta de la esquina, resulta ser temporada complicada.

“Si lo amas, déjalo ir” y así te perdí. Lo que no cuentan es que “perder” no implica dejar de querer, tan solo tratar de olvidar. Lástima que así haya atravesado mi vida. No puedo volver atrás, no puedo luchar una batalla en la que decidí rendirme antes de tiempo. Qué sencillo habría sido si hubiese sentido lo mismo que sentí contigo. O tal vez, qué sencillo habría sido armarme de valor y no perderte. Espero aprender la lección para la próxima vida, ya que en esta supongo que no hay tiempo.

Un beso, solo uno.

Firmado

Marina.

Deja un comentario